viernes, 27 de abril de 2018

La marcha de los robots

La marcha de los robots


La robotización es un fenómeno irreversible. Como también lo es la tendencia humana a resistirse a esa transformación. ¿Nos quitarán el trabajo? ¿Reemplazarán nuestros sentimientos? ¿Nos convocarán a luchar contra ellos y a ser los nuevos luditas rompiendo las máquinas que nosotros mismos hemos creado? 

El progreso es un animal de presa: no vuela en movimiento rectilíneo uniforme hacia un horizonte infinito, sino que ataca, lucha, mata, rompe los tendones fosilizados de la sociedad y descansa como un león satisfecho hasta volver a atacar. Un buen ejemplo es la mecanización del trabajo: aparece luego de cada crisis, transforma nuestras vidas y nos da tiempo para acostumbrarnos hasta la próxima crisis.
La Revolución industrial introdujo entre los artesanos y el mercado técnicas que dormían desde el siglo XIV, como la máquina de vapor. La Gran Depresión de 1873 trajo la electricidad, el motor a explosión y el taylorismo. Entre la primera guerra mundial y el crack del ‘29 la cadena de montaje llegó a tierras tan distintas como la América del boom, la Rusia soviética o la República de Weimar, para conquistar el mundo entero en la posguerra. La crisis del fordismo en los ‘70 convocó a robots y computadoras: los salarios se estancaron, la participación del trabajo en el ingreso se redujo y el capitalismo sobrevivió.

CUANDO LOS ROBOTS VIENEN MARCHANDO
La crisis financiera de 2008 aceleró el proceso de robotización: la venta de robots industriales, que venía creciendo a un 3%, saltó al 17%. Jerome Glenn calcula que en los balances financieros todavía hay entre 7 y 10 billones de dólares sin invertir que a partir de 2020 se volcarán a la producción y perfeccionamiento de robots.
Claro que no hablamos de torpes cuadrillas de C3POs entrando a una planta de Fiat. La industria 4.0 abarca todas las formas de Inteligencia Artificial, algoritmos para fondear la big data, internet de las cosas, impresión 3D, realidad aumentada y nanotecnología aplicables al sector administrativo, servicios, salud, etcétera. Robotlucion, número 42 de la revista Integración y Comercio del BID, editado lujosamente como libro por Planeta, congrega a un parnaso de economistas para discutir adónde nos lleva la marcha de los robots.
Ni la calidez burguesa del hogar escapa a la robotización: la venta de robots de servicios creció un 25%, desde aspiradoras autónomas hasta mascotas biónicas. La delantera la lleva el transporte, automatizable hace rato: la Victoria Line del subte de Londres prescinde de maquinista desde 1964. Pero el salto dado a partir de 2008 permite proyectar un 75% de parque automotor autónomo para 2040. Budweiser ya reparte cerveza en camiones autónomos; Amazon usa drones para entregas en Inglaterra, EEUU, Israel y Austria. En caso de prosperar los proyectos de flota autónoma de Roboat y Rolls-Royce, el 90% del comercio mundial (unos 50 mil buques mercantes) estaría robotizado. Menos crematístico es el Sea Hunter, con casi 20.000 km. de autonomía, que está preparando el Pentágono.
LA DESACELERACIÓN HUMANA 
Este fabuloso despliegue del capital tiene como contrapunto la progresiva desaceleración de la humanidad como especie. Para los próximos 50 años el crecimiento demográfico tenderá a estancarse incluso en China. América Latina, que debe la buena performance del siglo XXI a su bono demográfico (gente joven que entra al mercado laboral), ya siente el bajón: los nacimientos por mujer pasaron de 3,6 en 1985 a 2,1 en la actualidad y se espera que lleguen a 1,8 en 2030.
La expansión de la segunda mitad del siglo XX (que duplicó la población mundial, triplicó el IPC y sextuplicó el tamaño de la economía) hoy es otro recuerdo adorable de una era de excesos. El McKinsey Global Institute calcula una caída del 40% de la tasa de crecimiento del PBI en los próximos 50 años. La fórmula de Picketty (tasa de retorno de capital > tasa de crecimiento general > tasa de crecimiento de salarios = desigualdad) augura que esa glaciación humana ensanchará la brecha entre los ricos y el resto.
Según McKinsey el mundo cuenta con dos recursos para recuperar la productividad del loco siglo XX: el stock de mano de obra femenina desaprovechada, especialmente en América Latina, con lo cual cierto feminismo podría salvar al capitalismo; y la robotización. ¿Qué efecto tendrá para las personas que viven de su trabajo?

EL ÚLTIMO TRABAJADOR
El agorero oxoniense Carl Frey no lo duda: sobra gente. El 47% del trabajo norteamericano y el 77% del chino son robotizables. Sólo en transporte se podría expulsar a 44 millones de trabajadores, el 13% de la PEA mundial. Argentina encabeza la lista del Banco Mundial de países con trabajo redundante.
Contra el catastrofismo de Frey muchos señalan que la mayor parte de los puestos de trabajo son robotizables en un 30% y solo el 9% es totalmente robotizable. David Autor apunta que la tecnología actual no afecta ni a los trabajos mayormente creativos ni a los de muy bajo costo: el riesgo se concentra en los puestos de calificación intermedia, con la consiguiente polarización laboral.
El destino de los viejos trabajadores analógicos parece ser servirles el desayuno a las familias de los trabajadores digitales. Cada nuevo puesto tecnológico crea cinco nuevos puestos en el sector de no transables: servicios, microemprendimientos, “capitalismo colaborativo”, pequeños encargos, contratos de 0 horas con ingresos bajos y seguridad social nula. Las next techs pueden convivir con las formas más arcaicas de trabajo informal. A eso se suma la dislocación espacial: los trabajos que se pierden están ubicados en zonas distintas a las que generan nuevos empleos.

Con realismo, Martin Rhisiart nos recuerda que los robots deberán sortear las vallas de las crecientes regulaciones a la internet que les permite pensar y, en la periferia, de la informalidad laboral. En Argentina la industria 4.0 deberá esperar a la lluvia de inversiones, mientras el in-sourcing lleva a los procesos productivos robotizados de vuelta a los países centrales.

¿PODEMOS VIVIR JUNTOS?
El 25 de enero de 1979 Robert Williams fue aplastado por un brazo robotizado en la línea de montaje de la planta de Ford de Michigan. Fue el primer caído. En junio de 2015 un robot mató a un ingeniero de 22 años en la planta de Volkswagen de Fráncfort, al mes siguiente un cañón antiaéreo autónomo Oerlikon GDF-005 abrió fuego contra unos soldados que entrenaban en Sudáfrica, el mes pasado una ciclista fue atropellada por un Uber autónomo en Arizona, entre 2008 y 2013 murieron 144 personas por “mala praxis” de robots quirúrgicos. Con estos antecedentes, es comprensible el pánico de los técnicos de Facebook que pusieron a conversar a dos programas de inteligencia artificial hasta que advirtieron que estaban desarrollando un idioma propio para charlar de sus cosas y los desconectaron.
El ajedrecista y emprendedor digital David Levy propone que no hagamos la guerra sino el amor: “Un robot sexual nos permitiría aliviar nuestro aburrimiento y tensión sexual con nuevas experiencias, aún careciendo de carga emocional”. Sin embargo, Campaign against sex robots plantea que esa apuesta a burlar el test de Turing en la alcoba tendría un efecto nocivo en los humanos. ¿Qué clase de pedagogía sexual sería tener relaciones con un partenaire que no puede negarse? Y si fuera programado para negarse y así darle sal al asunto ¿algún propietario de una fembot o un malebot dejaría de satisfacer su deseo por ello? ¿Qué clase de pedagogía sexual sería tener relaciones con un partenaire que puede negarse y aún así someterse? Una periodista de Wired llegó a proponer que los robots sexuales no tengan aspecto humano para que el usuario no mezcle la paja con el trigo.
The Millennium Project augura para 2050 la emergencia de una Inteligencia Artificial General capaz de reescribir su propio código sobre la retroalimentación de la inteligencia humana, la internet de las cosas y la big data. Esa IAG se fusionará con nosotros en un continuo cuerpo-dispositivos-redes, que Tiziana Terranova llama bio-hipermedia: el smartphone como prolongación de la mano. ¿Estamos listos para vivir con los robots en nosotros? ¿Están listos ellos?

R.U.R. vs METRÓPOLIS
La palabra “robot” nació en 1920, en la obra R.U.R (Robots Universales de Rossum) de Karel Čapek. El término fue una idea de su hermano Josef, seguramente inspirado en robota, una categoría eslava de trabajo servil abolida luego de la revolución de 1848. En la obra, R.U.R es una empresa que fabrica androides de protoplasma para trabajar. Hasta que llega una activista de la Liga de la Humanidad y les inocula sentimientos humanos, el primero de los cuales es, claro, odiar a los humanos. Los robots comienzan a rebelarse bajo la consigna “Robots Universales, uníos”. El problema es que R.U.R no puede dejar de fabricarlos porque la demanda no se corta: la inutilidad laboral humana llevó a que su natalidad sea nula.
Los robots terminan por matar a todos los humanos menos al ingeniero Alquist, que “trabaja con sus manos como los robots”. A él le encargan que descubra la fórmula para fabricar más robots, perdida en la destrucción de R.U.R. Alquist fracasa hasta que descubre signos de afecto en una pareja de robots, Helena y Primus. La obra cierra con la esperanza de que esos Adán y Eva robóticos funden una nueva especie.
La obra de Čapek, que nunca le gustó a Asimov, fue un éxito inmediato: en 1923 llegó al West End londinense y más tarde se filmó una versión soviética que incomodó a Stalin. En 1928 se presentó en Londres a Eric, un autómata de aluminio con un motor de 12 voltios que, a modo de homenaje, llevaba las letras R.U.R. grabadas en el pecho. Para ese momento Westinghouse había presentado a Televox; y Makoto Nishimura, a Gakutensoku.
Pero el robot más famoso de esos años fue otro: en 1927 se estrenó Metropolis, la película dirigida por Fritz Lang sobre guión de su esposa, Thea von Harbou. El film presenta un futuro dualista, con una ciudad edénica que vive gracias al trabajo de obreros subterráneos, ambos mundos administrados por el magnate Fredersen. Hasta que aparece María, una obrera que predica la hermandad humana y enamora al hijo de Fredersen. El magnate, receloso, pide a un científico que desacredite a María con un androide que tenga su aspecto. Pero el resentido científico aprovecha al autómata para enardecer a los trabajadores contra las máquinas, quienes llevan a Metrópolis al borde de la destrucción. Sólo el llamado del hijo de Fredersen a la paz y la destrucción del autómata y su inventor salvan a la ciudad y permiten una unión entre los trabajadores y el magnate. La apuesta política de Metropolis es tan emocionante como equívoca: tregua social pero destrucción de los otros, reconciliación y hoguera. Seis años después Hitler llegaba al poder.
La consagración estética de la tecnofobia de Metropolis nos distrajo de la austera sabiduría de R.U.R. Mientras que Lang y Harbou ven en el autómata sólo una herramienta de la vileza humana y, al final, la prenda de la paz social, Čapek asigna a sus robots una función socioeconómica clara, les concede motivos y una esperanza de subjetividad. Podemos vivir juntos, solo que a costa de transformarnos.

“QUIZÁS OCURRAN COSAS TERRIBLES ANTES”
En su libro sobre los algoritmos, Mercedes Bunz, luego de afirmar que la digitalización avanza sobre la experticia laboral de las clases medias, advierte que “al echarle la culpa a la tecnología lo único que hacemos es repetir un triste capítulo de nuestra historia. Al fin y al cabo, ya una vez reaccionamos ante la explotación destruyendo las máquinas y no conseguimos mucho. ¿Qué podemos aprender de la historia?”.
El ludismo es parte de las reglas del juego y, si bien es impotente para frenar la automatización, sí puede combar el suelo sobre el que se despliega el capital. El turbocapitalismo deberá bailar con Ned Ludd, una vez más. La pregunta es ¿cómo usaremos esa bala de plata? ¿Tiene sentido defender al viejo trabajo industrial, el mismo que se combatió en los ‘70, en los ‘20 y en la Revolución Industrial?
La única manera de detener la robotización es robotizarnos a nosotros mismos: ser tan baratos y alienados como nuestros competidores. Algo que ya está pasando: como señala Aditya Chakrabortty hay un neotaylorismo en las franquicias de panaderías que reciben los bollos listos para hornear, en el guión automático de los telemarketers, en los manuales autoexplicados que usan los docentes, etc…
¿O es mejor luchar por las mejores condiciones posibles en un mundo poslaboral?  Puede ser que la esperanza del gerente de R.U.R un segundo antes de morir aún tenga sentido: “Quizás ocurran cosas terribles antes. Eso no se puede evitar. Pero luego la explotación del hombre por el hombre, y del hombre a la materia, cesarán”.
Cuando la Revolución Industrial arrasó con el trabajo campesino dio lugar a una nueva economía, a un nuevo sujeto social, a nuevas conquistas. Hoy la robotización arrasa con la vida industrial. Quizás sea hora de abandonar la batalla por el derecho al trabajo y comenzar a cavar las trincheras por el derecho al ocio y el ingreso universal. El porvenir es largo.

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El enigma de la batata: absolutamente sola colonizó el mundo

El enigma de la batata: absolutamente sola colonizó el mundo

Muchos botánicos sostenían que el hombre debía haber llevado el alimento al Pacífico desde Sudamérica, un capítulo oculto de la historia humana. Pero una investigación explica que no fue así.

​De todas las plantas que la humanidad convirtió en cultivos, ninguna es más desconcertante que la batata. Los pueblos indígenas de Centro y Sudamérica la cosecharon durante generaciones en sus fincas agrícolas y los europeos la descubrieron cuando Cristóbal Colón llegó al Caribe.
En el siglo XVIII, sin embargo, el capitán Cook volvió a encontrarse con batatas a más de 6.000 kilómetros de distancia, en las remotas islas de la Polinesia. Exploradores europeos tropezaron con ellas en otras zonas del Pacífico, desde Hawaii a Nueva Guinea.

La distribución de la planta dejó perplejos a los científicos. ¿Cómo podía ser que las batatas aparecieran como cultivo de ancestros salvajes y terminaran luego diseminadas en un área tan extensa? ¿Era posible que exploradores desconocidos las hubiesen llevado desde Sudamérica a innumerables islas del Pacífico?
Un análisis intensivo del ADN de la batata publicado recientemente en la revista científica Current Biology arroja una polémica conclusión: el hombre nada tuvo que ver con eso.
La corpulenta batata se esparció en el globo antes de que la raza humana pudiera intervenir: es una viajera natural.
Algunos expertos en agricultura se muestran escépticos al respecto. “Ese estudio no zanja la cuestión”, dijo Logan J. Kistler, curador de arqueogenómica y arqueobotánica del Instituto Smithsoniano.

Las explicaciones alternativas quedan sobre el tapete, porque el nuevo estudio no aportó evidencias suficientes acerca de cuándo el hombre cultivó batatas por primera vez y cuándo llegaron al Pacífico. “Todavía no tenemos una prueba irrefutable”, dijo el doctor Kistler.
La batata —Ipomoea batatas— es uno de los cultivos más valiosos del mundo, ya que proporciona más nutrientes por superficie cultivada que cualquier otro alimento de primera necesidad.
Ha sustentado comunidades humanas durante siglos. (En América del Norte es frecuente denominarla “yam” [ñame]; de hecho, el ñame refiere a una especie diferente, originaria de África y Asia.)
Los científicos han propuesto una cantidad de teorías para explicar la vasta distribución de las batatas. Algunos académicos plantearon que todas las batatas se originaron en las Américas y que luego del viaje de Colón los europeos las propagaron a colonias como Filipinas. Los isleños del Pacifico habrían adquirido el cultivo allí.
Una foto proporcionada por Robert Scotland de diferentes variedades de batata, en el Centro Internacional de la Papa en Lima, Perú. Un análisis exhaustivo del ADN de la batata llega a una conclusión polémica: la voluminosa batata se extendió por todo el mundo mucho antes de que los humanos pudieran haber desempeñado un papel - es un viajero natural. (Robert Scotland vía The New York Times)
Una foto proporcionada por Robert Scotland de diferentes variedades de batata, en el Centro Internacional de la Papa en Lima, Perú. (Robert Scotland vía The New York Times)
Pero, por lo que parece, los isleños del Pacífico habían estado plantando este cultivo durante varias generaciones para cuando llegaron los europeos. En una isla de la Polinesia, un equipo de arqueólogos encontró restos de batata que datan de hace más de 700 años.
Surgió entonces una hipótesis radicalmente distinta: maestros de la navegación en el océano abierto, los isleños del Pacífico habrían obtenido batatas viajando a América, mucho antes de la llegada de Colón allí. Entre las pruebas del caso había una coincidencia sugestiva: en Perú, algunos indígenas llaman cumara a la batata. En Nueva Zelanda se le dice kumara.
​La inspiración para el famoso viaje de Thor Heyerdahl a bordo de la balsa Kon-Tiki en 1947 fue un posible vínculo entre Sudamérica y el Pacífico.
Heyerdahl mismo construyó la embarcación con la que después navegó desde Perú a la Isla de Pascua.
Las pruebas genéticas no hicieron más que complicar el cuadro. Examinando el ADN de la planta, algunos investigadores llegaron a la conclusión de que las batatas surgieron una única vez de un antepasado silvestre, mientras que otros estudios indican que eso mismo ocurrió en dos momentos diferentes de la historia.

Según los estudios más recientes, fueron los sudamericanos quienes incorporaron a la vida doméstica las batatas que más adelante obtuvieron los polinesios. Los centroamericanos asimilaron una segunda variedad que después fue adoptada por los europeos.
Esperando echar luz sobre el misterio, un equipo de investigadores emprendió hace poco un nuevo estudio, el mayor hasta el momento realizado sobre el ADN de la batata. Y llegó a una conclusión muy diferente.
“Encontramos claras evidencias de que las batatas pudieron llegar al Pacífico por medios naturales”, dijo Pablo Muñoz-Rodríguez, botánico de la Universidad de Oxford. Según entiende el mismo, las plantas silvestres viajaron miles de kilómetros a través del Pacífico sin ayuda alguna de seres humanos.
Muñoz-Rodríguez y sus colegas visitaron museos y herbarios en distintos lugares del mundo para tomar muestras de variedades de batatas y plantas silvestres afines. Utilizaron tecnología de secuenciación de ADN de gran capacidad para reunir más material genético de estas variedades que el probablemente acumulado en estudios anteriores.


Esta investigación se concentró en una sola planta silvestre como antecesora de todas las batatas. El antecedente silvestre más cercano es una maleza con flores llamada Ipomoea trifida, que crece en distintos lugares del Caribe. De color púrpura muy pálido, sus flores tienen un aspecto muy similar al de la batata.
En vez de un tubérculo grande y sabroso, la Ipomoea trifida desarrolla solamente una raíz del grosor de un lápiz. “Es algo que no podríamos comer”, dijo Muñoz-Rodríguez.
Las plantas antecesoras de la batata se desprendieron de la Ipomoea trifida hace por lo menos 800.000 años, según calcularon los científicos. Para investigar cómo llegaron al Pacífico, el equipo se dirigió al Museo de Historia Natural de Londres.
Las hojas de batata que recolectó la tripulación del capitán Cook en la Polinesia están guardadas en los gabinetes de ese museo. Los investigadores cortaron trocitos de ellas y les extrajeron ADN.
Las batatas polinesias resultaron ser genéticamente poco comunes: “Muy distintas de cualquiera de las otras”, afirmó Muñoz-Rodríguez.
Esta variedad se separó alrededor de 110.000 años de todas las demás batatas que estudiaron los investigadores. Pero los seres humanos llegaron a Nueva Guinea hace aproximadamente 50.000 años y recién alcanzaron las remotas islas del Pacifico en los últimos miles de años.
La edad de las batatas del Pacifico hace improbable que ningún ser humano, español o isleño nativo, trasladara la especie desde las Américas, dijo Muñoz Rodríguez.
Tradicionalmente los investigadores han sido escépticos acerca de que una planta como la batata pudiera desplazarse a lo largo de miles de kilómetros de océano. Pero en los años más recientes han descubierto indicios de que muchas plantas han llevado a cabo esa trayectoria, flotando en el agua o transportadas en pedacitos por aves.
Incluso antes de que hiciera ese viaje la batata, antecesoras suyas atravesaron el Pacífico, de acuerdo con lo descubierto por los científicos. Una especie, la campanilla hawaiana, vive solo en los bosques secos de Hawaii, pero sus parientes más cercanas viven todas en México.
Estiman los científicos que la campanilla hawaiana se separó de sus familiares —e hizo el viaje a través del Pacífico— más de un millón de años atrás.
Pero a Tim P. Denham, arqueólogo de la Universidad Nacional de Australia que no intervino en el estudio, esta hipótesis le parece difícil de creer.
La argumentación indicaría que las antecesoras silvestres de las batatas se expandieron a través del Pacífico y se adaptaron después en muchas oportunidades, manteniendo siempre el mismo aspecto. “Esto parecería improbable”, dijo Denham.
El doctor Kistler sostuvo que de todos modos era posible que los isleños del Pacífico hubieran llegado a Sudamérica y traído de vuelta batatas.
Mil años atrás bien pueden haber encontrado muchas variedades de batata en ese continente. Es probable que, cuando llegaron en el siglo XVI, los europeos hayan exterminado gran parte de la variedad genética del cultivo.
Como resultado, agregó Kistler, las batatas sobrevivientes del Pacifico parecen relacionadas remotamente con las de las Américas. Si los científicos de hoy hubiesen hecho el mismo estudio en el año 1500, las batatas del Pacífico hubieran coincidido en mucho con otras variedades sudamericanas.
“Hay más de las que podemos estudiar en toda una vida”, comentó.
Por su parte, Muñoz-Rodríguez tiene planes de buscar más ejemplares de la familia de la batata en América Central, con la expectativa de conseguir más pistas sobre cómo una maleza de delgada raíz dio lugar a un cultivo invalorable.
Desentrañar la historia de cultivos como éste puede lograr más que satisfacer nuestra curiosidad acerca del pasado. Las plantas silvestres contienen muchas variantes genéticas perdidas cuando el hombre las adaptó para su cultivo.
Los investigadores pueden hallar plantas con las cuales hacer hibridaciones con batatas “domesticadas” y otros cultivos y dotarlas de genes resistentes a enfermedades o para resistir el cambio climático.
“Esencialmente, se trata de preservar la reserva genética que alimenta al mundo”, dijo el doctor Kistler.
© 2018 New York Times News Service
Traducción: Román García Azcárate
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