El enigma de la batata: absolutamente sola colonizó el mundo
Muchos botánicos sostenían que el hombre debía haber llevado el
alimento al Pacífico desde Sudamérica, un capítulo oculto de la historia
humana. Pero una investigación explica que no fue así.
De todas las plantas que la humanidad convirtió en cultivos, ninguna es más desconcertante que la batata. Los pueblos indígenas de Centro y Sudamérica la cosecharon durante generaciones en sus fincas agrícolas y los europeos la descubrieron cuando Cristóbal Colón llegó al Caribe.
En el siglo XVIII, sin embargo, el capitán Cook volvió a encontrarse con batatas a más de 6.000 kilómetros de distancia, en las remotas islas de la Polinesia. Exploradores europeos tropezaron con ellas en otras zonas del Pacífico, desde Hawaii a Nueva Guinea.
La distribución de la planta dejó perplejos a los científicos. ¿Cómo podía ser que las batatas aparecieran como cultivo de ancestros salvajes y terminaran luego diseminadas en un área tan extensa? ¿Era posible que exploradores desconocidos las hubiesen llevado desde Sudamérica a innumerables islas del Pacífico?
Un análisis intensivo del ADN de la batata publicado recientemente en la revista científica Current Biology arroja una polémica conclusión: el hombre nada tuvo que ver con eso.
La corpulenta batata se esparció en el globo antes de que la raza humana pudiera intervenir: es una viajera natural.
Algunos expertos en agricultura se muestran escépticos al respecto. “Ese estudio no zanja la cuestión”, dijo Logan J. Kistler, curador de arqueogenómica y arqueobotánica del Instituto Smithsoniano.
La batata —Ipomoea batatas— es uno de los cultivos más valiosos del mundo, ya que proporciona más nutrientes por superficie cultivada que cualquier otro alimento de primera necesidad.
Ha sustentado comunidades humanas durante siglos. (En América del Norte es frecuente denominarla “yam” [ñame]; de hecho, el ñame refiere a una especie diferente, originaria de África y Asia.)
Los científicos han propuesto una cantidad de teorías para explicar la vasta distribución de las batatas. Algunos académicos plantearon que todas las batatas se originaron en las Américas y que luego del viaje de Colón los europeos las propagaron a colonias como Filipinas. Los isleños del Pacifico habrían adquirido el cultivo allí.
Una foto proporcionada por Robert Scotland de diferentes variedades
de batata, en el Centro Internacional de la Papa en Lima, Perú. (Robert
Scotland vía The New York Times)
Surgió entonces una hipótesis radicalmente distinta: maestros de la navegación en el océano abierto, los isleños del Pacífico habrían obtenido batatas viajando a América, mucho antes de la llegada de Colón allí. Entre las pruebas del caso había una coincidencia sugestiva: en Perú, algunos indígenas llaman cumara a la batata. En Nueva Zelanda se le dice kumara.
La inspiración para el famoso viaje de Thor Heyerdahl a bordo de la balsa Kon-Tiki en 1947 fue un posible vínculo entre Sudamérica y el Pacífico.
Heyerdahl mismo construyó la embarcación con la que después navegó desde Perú a la Isla de Pascua.
Las pruebas genéticas no hicieron más que complicar el cuadro. Examinando el ADN de la planta, algunos investigadores llegaron a la conclusión de que las batatas surgieron una única vez de un antepasado silvestre, mientras que otros estudios indican que eso mismo ocurrió en dos momentos diferentes de la historia.
Esperando echar luz sobre el misterio, un equipo de investigadores emprendió hace poco un nuevo estudio, el mayor hasta el momento realizado sobre el ADN de la batata. Y llegó a una conclusión muy diferente.
“Encontramos claras evidencias de que las batatas pudieron llegar al Pacífico por medios naturales”, dijo Pablo Muñoz-Rodríguez, botánico de la Universidad de Oxford. Según entiende el mismo, las plantas silvestres viajaron miles de kilómetros a través del Pacífico sin ayuda alguna de seres humanos.
Muñoz-Rodríguez y sus colegas visitaron museos y herbarios en distintos lugares del mundo para tomar muestras de variedades de batatas y plantas silvestres afines. Utilizaron tecnología de secuenciación de ADN de gran capacidad para reunir más material genético de estas variedades que el probablemente acumulado en estudios anteriores.
En vez de un tubérculo grande y sabroso, la Ipomoea trifida desarrolla solamente una raíz del grosor de un lápiz. “Es algo que no podríamos comer”, dijo Muñoz-Rodríguez.
Las plantas antecesoras de la batata se desprendieron de la Ipomoea trifida hace por lo menos 800.000 años, según calcularon los científicos. Para investigar cómo llegaron al Pacífico, el equipo se dirigió al Museo de Historia Natural de Londres.
Las hojas de batata que recolectó la tripulación del capitán Cook en la Polinesia están guardadas en los gabinetes de ese museo. Los investigadores cortaron trocitos de ellas y les extrajeron ADN.
Las batatas polinesias resultaron ser genéticamente poco comunes: “Muy distintas de cualquiera de las otras”, afirmó Muñoz-Rodríguez.
Esta variedad se separó alrededor de 110.000 años de todas las demás batatas que estudiaron los investigadores. Pero los seres humanos llegaron a Nueva Guinea hace aproximadamente 50.000 años y recién alcanzaron las remotas islas del Pacifico en los últimos miles de años.
La edad de las batatas del Pacifico hace improbable que ningún ser humano, español o isleño nativo, trasladara la especie desde las Américas, dijo Muñoz Rodríguez.
Tradicionalmente los investigadores han sido escépticos acerca de que una planta como la batata pudiera desplazarse a lo largo de miles de kilómetros de océano. Pero en los años más recientes han descubierto indicios de que muchas plantas han llevado a cabo esa trayectoria, flotando en el agua o transportadas en pedacitos por aves.
Incluso antes de que hiciera ese viaje la batata, antecesoras suyas atravesaron el Pacífico, de acuerdo con lo descubierto por los científicos. Una especie, la campanilla hawaiana, vive solo en los bosques secos de Hawaii, pero sus parientes más cercanas viven todas en México.
Estiman los científicos que la campanilla hawaiana se separó de sus familiares —e hizo el viaje a través del Pacífico— más de un millón de años atrás.
Pero a Tim P. Denham, arqueólogo de la Universidad Nacional de Australia que no intervino en el estudio, esta hipótesis le parece difícil de creer.
La argumentación indicaría que las antecesoras silvestres de las batatas se expandieron a través del Pacífico y se adaptaron después en muchas oportunidades, manteniendo siempre el mismo aspecto. “Esto parecería improbable”, dijo Denham.
El doctor Kistler sostuvo que de todos modos era posible que los isleños del Pacífico hubieran llegado a Sudamérica y traído de vuelta batatas.
Mil años atrás bien pueden haber encontrado muchas variedades de batata en ese continente. Es probable que, cuando llegaron en el siglo XVI, los europeos hayan exterminado gran parte de la variedad genética del cultivo.
Como resultado, agregó Kistler, las batatas sobrevivientes del Pacifico parecen relacionadas remotamente con las de las Américas. Si los científicos de hoy hubiesen hecho el mismo estudio en el año 1500, las batatas del Pacífico hubieran coincidido en mucho con otras variedades sudamericanas.
“Hay más de las que podemos estudiar en toda una vida”, comentó.
Por su parte, Muñoz-Rodríguez tiene planes de buscar más ejemplares de la familia de la batata en América Central, con la expectativa de conseguir más pistas sobre cómo una maleza de delgada raíz dio lugar a un cultivo invalorable.
Desentrañar la historia de cultivos como éste puede lograr más que satisfacer nuestra curiosidad acerca del pasado. Las plantas silvestres contienen muchas variantes genéticas perdidas cuando el hombre las adaptó para su cultivo.
Los investigadores pueden hallar plantas con las cuales hacer hibridaciones con batatas “domesticadas” y otros cultivos y dotarlas de genes resistentes a enfermedades o para resistir el cambio climático.
“Esencialmente, se trata de preservar la reserva genética que alimenta al mundo”, dijo el doctor Kistler.
© 2018 New York Times News Service
Traducción: Román García Azcárate
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