“Hace 55 años, en 1951, Discépolo es invitado a participar de un programa en Radio
Nacional. La emisión, que iba por cadena nacional, se llamaba Pienso y digo lo que pienso, y la
idea era que destacadas figuras artísticas
de la época pregonaran los logros del gobierno peronista. A Discépolo el guión
le parece malo, piensa que se trata de
lisa y llana propaganda política en un
año electoral. Pero, lejos de sacarle en cuerpo al convite, reformula ese guión
y crea un personaje que es el estereotipo
del gorila porteño, un retrato verosímil del antiperonista de entonces.
Mordisquito, un fulano bravo, que se las tenía que ver con él, que también es
un jodido, pero encima es peronista. […]
Discépolo pone todo de sí para expresar
su apoyo a un gobierno que él
piensa que ha venido a redimir las décadas que él padeció como artista y como hombre
del campo popular. No le costó poco. Amigos, colegas del mundo artístico, prohombres de la intelligentzia
porteña, críticos periodísticos, todos ellos lo denostaron hasta el insulto y
la difamación.[…]
¿Exagerado? ¿Destemplado? ¿Sectario? El contexto de época
ayuda a poner las cosas en su lugar. En un país en el que a un presidente que ganó las elecciones contra casi todo el arco político restante
se lo denomina «El Tirano», donde a las mayorías que rescataron de la cárcel a Perón en
octubre de 1945 se las llama «cabecita negra» (años después
se perfeccionaría ese calificativo y se lo reemplazaría por el más filosófico
«aluvión zoológico»), la desmesura es un recurso más de una comunicación ruda,
como ruda era la confrontación política del momento. Al fin y al cabo, cada vez
que en la Argentina confrontaron —confrontan— dos proyectos de Nación, los tonos de la comunicación resultaron —resultan—
destemplados.”
Horacio Çaró.
Prólogo de: Discépolo, Enrique Santos. Mordisquito:
¡a mi no me la vas a contar! Rosario, Pueblos del Sur, 2006.
Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón.
Te lo digo de una vez, así termino con
esta pulseada de buena voluntad que
estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte un poco de tanto macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón
ni a Eva Perón, la milagrosa.
Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo
no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su
defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían enterrado en un largo camino de miseria.
Nacieron de vos, por vos y para vos. Ésa es la verdad. Porque yo no lo
inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar
creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia con la época. Los trajo tu tremendo desprecio
por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz a lo de Vasena,
porque pedían un mínimo respeto a su
dignidad de hombres y un salario que les permitiera salvar a los
suyos del hambre. Sí, del hambre y de la terrible promiscuidad de sus
viviendas en las que tenían que hacinar
lo mismo sus ansias que su asco.
No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los
creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad.
Con la misma crueldad aquella del
candidato a presidente que mataba peones
en su ingenio porque le pisaban un poco fuerte las piedritas del camino a la hora de la siesta.
Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero
vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón.
Los trajo la injusticia que presidía el
país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto desmán, terminó por parecerte
correcto lo más infame.
Claro, a vos no te alcanzaba esa
injusticia. Ten- drías, como un señor
que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría
para cubrir sus gastos, que se lo
pagaban oficialmente, y un sueldo
para salir con el Klan [Habla del Klan radical, organización de choque que actuó a principios
de 1930]. Yo me acuerdo del Klan. Y vos también. Aquella mafia siniestra que salía sólo para
aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos,
otra vez a tiros y a veces con el
camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo
inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo
la estulticia que manejaba el
país. Mirá, si vos hubieras estado en la Semana Trágica como yo y como
tanto en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco,
luego a cien- tos y hubieras visto
masacrar judíos por una «gloriosa» institución que nos llenó de vergüenza [Se
refiere a la Liga Patriótica de Manuel
Carlés], no hubieras formado nunca
más parte de ese partido que
integrás por amor propio y quizás por ignorancia de tantos hechos delictuosos que son los que empezaron a preparar la
llegada de Perón y Eva Perón. En un país milagroso de rico, arriba y abajo
del suelo, la gente muerta de hambre.
Los maestros sirviendo de burla
en lugar de hacer llorar porque
estaban sin cobrar un año entero. ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado!
Yo sé que te da rabia que te lo repitan tantas
veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El
otro día en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: «Ya
por ese entonces los obreros gozaban…» ¿De qué gozaban? ¡Los gozaban!, que no es lo mismo. Y sí, Mordisquito, ¡los
gozaban!
La nuestra es una historia
de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color
político que nos gobernó, siempre la vimos negra. Aspiramos a gozar y al final nos gozaron. ¡Todos! ¡Siempre!
Una curiosa adoración, la que vos sentís por los paja-
rones, hizo que el país retrocediese
cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás su culto como una religión. Cuanto más
pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar a la gente que no le entendés nada; la que te
habla claro, te parece vulgar. Yo también
entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?, me sentía más conmovido frente a un pajarón
que frente a un hombre de talento. El pajarón tiene presencia, tiene historia, larga, la que casi siempre empieza con un
tata- rabuelo que era pirata. Yo
también me sentía dominado por los pajarones
cuando era chico. Ahora, ¡no! Cuando era
chico, sí. ¡Pero no ahora, Mordisquito!
Salváte de los pajarones. El fracaso —por no decir la infamia— de los pajarones
fue lo que trajo como una defensa a Perón y a Eva Perón. Pero no fui yo quien
los inventó.
A Perón lo trajo el fraude,
la injusticia y el dolor de un pueblo
que se ahogaba de harina
blanca y una vez tuvo que
inventar un pan radical dé harina
negra para no morirse de hambre.
Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el
amor propio!
Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo
trajiste! ¡Y a Eva Perón también! Por tu
inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin
querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la patria que los esperaba para
iniciar su verdadera marcha hacia
el porvenir que se merece. ¡A mí ya no
me la podés contar, Mordisquito! Hasta
otra vez, sí. Hasta otra vez.