viernes, 21 de febrero de 2014

"Mordisquito" - Discepolo sobre Perón y el peronismo.



“Hace 55 años, en 1951, Discépolo es invitado  a participar de un programa en Radio Nacional. La emisión, que iba por cadena nacional,  se llamaba Pienso y digo lo que pienso, y la idea era que destacadas  figuras artísticas de la época pregonaran los logros del gobierno peronista. A Discépolo el guión le parece malo, piensa que se trata  de lisa y llana propaganda política  en un año electoral. Pero, lejos de sacarle en cuerpo al convite, reformula ese guión y crea un personaje  que es el estereotipo del gorila porteño, un retrato verosímil del antiperonista de entonces. Mordisquito, un fulano bravo, que se las tenía que ver con él, que también es un jodido, pero encima es peronista. […]
Discépolo pone todo de sí para  expresar  su apoyo a un gobierno  que él piensa que ha venido a redimir las décadas que él padeció como artista  y como hombre  del campo popular. No le costó poco. Amigos, colegas del mundo  artístico, prohombres de la intelligentzia porteña, críticos periodísticos, todos ellos lo denostaron hasta el insulto y la difamación.[…]
¿Exagerado? ¿Destemplado? ¿Sectario? El contexto de época ayuda a poner las cosas en su lugar. En un país en el que a un presidente  que ganó las elecciones contra casi todo  el arco político  restante  se lo denomina «El Tirano», donde a las mayorías  que rescataron de la cárcel a Perón en octubre  de 1945  se las llama «cabecita negra» (años después se perfeccionaría ese calificativo y se lo reemplazaría por el más filosófico «aluvión  zoológico»), la desmesura  es un recurso más de una comunicación ruda, como ruda era la confrontación política del momento. Al fin y al cabo, cada vez que en la Argentina confrontaron —confrontan— dos proyectos  de Nación, los tonos  de la comunicación resultaron —resultan— destemplados.”
Horacio Çaró.
Prólogo de: Discépolo,  Enrique  Santos. Mordisquito: ¡a mi no me la vas a contar! Rosario, Pueblos del Sur, 2006.


Bueno, mirá, lo digo de una vez. Yo no lo inventé a Perón. Te lo digo de una vez, así termino  con esta pulseada  de buena voluntad que estoy llevando a cabo en un afán mío de liberarte  un poco de tanto  macaneo. La verdad: yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón, la milagrosa.
Ellos nacieron como una reacción a tus malos gobiernos. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón ni a su doctrina. Los trajo, en su defensa, un pueblo a quien vos y los tuyos habían  enterrado en un largo camino de miseria.
Nacieron de vos, por vos y para  vos. Ésa es la verdad. Porque yo no lo inventé a Perón, ni a Eva Perón. Los trajo esta lucha salvaje de gobernar creando, los trajo la ausencia total de leyes sociales que estuvieran en consonancia  con la época. Los trajo tu tremendo desprecio por las clases pobres a las que masacraste, desde Santa Cruz a lo de Vasena, porque  pedían un mínimo respeto a su dignidad  de hombres  y un salario que les permitiera salvar a los suyos del hambre.  Sí, del hambre  y de la terrible promiscuidad de sus viviendas en las que tenían que hacinar  lo mismo sus ansias que su asco.
No. Yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. ¡Vos los creaste! Con tu intolerancia. Con tu crueldad.  Con la misma crueldad  aquella del candidato a presidente  que mataba peones en su ingenio porque  le pisaban  un poco fuerte las piedritas  del camino a la hora de la siesta.
Sí, yo sé que te fastidia que te lo recuerde. Es claro, pero vamos a terminarla de una vez. Porque yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo la injusticia que presidía  el país. Porque a fuerza de hacer un estilo de tanto  desmán, terminó  por parecerte  correcto  lo más infame. Claro,  a vos no te alcanzaba esa injusticia.  Ten- drías, como un señor que yo conocía y que iba todos los meses a cobrarlo, un puesto de ama de cría para  cubrir sus gastos, que se lo pagaban oficialmente,  y un sueldo para  salir con el Klan [Habla  del Klan radical,  organización de choque que actuó  a principios  de 1930].   Yo me acuerdo  del Klan. Y vos también.  Aquella mafia siniestra que salía sólo para aterrorizar gente y mataba una vez a gomazos,  otra  vez a tiros y a veces con el camión para hacerlo más divertido. No, si la memoria fastidia. Pero yo no lo inventé a Perón ni a Eva Perón. Los trajo  la estulticia  que manejaba el país. Mirá,  si vos hubieras  estado en la Semana Trágica como yo y como tanto en Cochabamba y Barcala, y hubieras visto morir primero a aquellos cinco, luego a cien- tos y hubieras  visto masacrar judíos por una «gloriosa» institución que nos llenó de vergüenza [Se refiere a la Liga Patriótica de Manuel  Carlés], no hubieras  formado  nunca  más parte  de ese partido que integrás  por amor propio  y quizás por ignorancia de tantos  hechos delictuosos  que son los que empezaron a preparar la llegada de Perón y Eva Perón. En un país milagroso  de rico, arriba  y abajo  del suelo, la gente muerta  de hambre. Los maestros  sirviendo  de burla  en lugar de hacer llorar porque  estaban  sin cobrar  un año entero.  ¡No! ¡Y todo vendido! ¡Y todo entregado!
Yo sé que te da rabia que te lo repitan  tantas  veces, pero es que entristece también pensar que no lo querés oír. El otro día en un discurso oí que decías refiriéndote a un gobierno de 1918: «Ya por ese entonces los obreros gozaban…» ¿De qué gozaban?  ¡Los gozaban!,  que no es lo mismo. Y sí, Mordisquito, ¡los gozaban!
La nuestra es una historia  de civismo llena de desilusiones. Cualquiera fuese el color político  que nos gobernó,  siempre la vimos negra. Aspiramos  a gozar y al final nos gozaron.  ¡Todos! ¡Siempre!
Una curiosa adoración, la que vos sentís por los paja- rones, hizo que el país retrocediese  cien años. Porque vos tenés la mística de los pajarones y practicás  su culto como una religión. Cuanto más pajarón él, más torpe y más crédulo vos. Te gusta oír hablar  a la gente que no le entendés nada; la que te habla claro, te parece vulgar. Yo también  entré como vos y, ¿por qué no confesarlo?,  me sentía más conmovido frente a un pajarón que frente a un hombre  de talento.  El pajarón tiene presencia,  tiene historia,  larga, la que casi siempre empieza con un tata- rabuelo  que era pirata. Yo también  me sentía dominado por los pajarones cuando  era chico. Ahora, ¡no! Cuando era chico, sí. ¡Pero no ahora,  Mordisquito! Salváte de los pajarones. El fracaso —por no decir la infamia— de los pajarones fue lo que trajo como una defensa a Perón y a Eva Perón. Pero no fui yo quien los inventó.
A Perón lo trajo el fraude,  la injusticia y el dolor de un pueblo  que se ahogaba de harina  blanca  y una vez tuvo que inventar  un pan radical  dé harina  negra para no morirse de hambre.  Tampoco te lo acordabas. ¡Ay, Mordisquito, que desmemoriado te vuelve el amor propio!
Te dejo. Con tu conciencia. ¡Perón es tuyo! ¡Vos lo trajiste! ¡Y a Eva Perón también!  Por tu inconducta. A mí lo único que me resta es agradecerte el bien enorme que sin querer le hiciste al país. Gracias te doy por él y por ella, por la patria  que los esperaba  para  iniciar su verdadera marcha  hacia el porvenir  que se merece. ¡A mí ya no me la podés contar, Mordisquito! Hasta  otra vez, sí. Hasta  otra vez.