Estonia, el primer país digital del mundo
Una antigua república soviética a orillas del mar Báltico es la
sociedad digital más avanzada del planeta. Improbable pero cierto. En el
tranvía de camino al trabajo o en la sala de espera del dentista, sus
ciudadanos pueden matar el tiempo en Facebook o hacer la compra semanal,
pero también renovar su pasaporte, firmar un documento o crear una
empresa. Bienvenidos a Estonia, el país que ha puesto la tecnología por
bandera.
En el garaje de ambulancias del North Estonia Medical Centre, un hospital público situado en el noroeste de Tallin, Arkadi Popov hace una demostración práctica. En un ipad,
abre la aplicación que utiliza el equipo sanitario de urgencias desde
2015. “Si ingresamos el código de identificación del paciente que
acabamos de recoger, podemos acceder a su historial, a los números de
contacto de sus familiares e incluso al de su médico habitual. Tener
este tipo de información de calidad desde el primer momento es vital:
evita errores en la toma de decisiones y, evidentemente, salva vidas”,
resume Popov, un médico de trato afable que luce la bata blanca de rigor
y unas zapatillas de deporte de suelas desgastadas que delatan
demasiadas carreras por un servicio que recibe diariamente en torno a
250 personas. Cuando la ambulancia está de camino al hospital, el
personal del centro puede ver su recorrido gracias al GPS y así tenerlo
todo preparado. “Esa información también es muy valiosa: todo lo que nos
ayude a sofocar el caos es clave”.
Si
un paciente llega en estado crítico y necesita una intervención
inmediata, la enfermera Rita Beljuskina y el médico anestesiólogo Sergei
Kagalo verán su ingreso en el sistema en tiempo real. En la planta de
cirugía, una gran pantalla gobierna los 18 quirófanos disponibles. En
blanco se ha quedado la pizarra que utilizaban hasta hace cinco años,
cuando todo se organizaba a golpe de teléfono y rotulador. Con este
sistema electrónico de reserva de quirófanos pionero en Estonia, subraya
Kagalo, los cirujanos introducen los datos del paciente, especifican el
nivel de urgencia de la operación —código rojo, si necesita ser
intervenido de urgencia; amarillo, si puede esperar hasta 2 horas; gris,
hasta 24 horas—, el tipo de instrumental y personal necesario, y hasta
el tiempo que durará la operación. “Ahora hay menos overbookings,
menos esperas y menos cancelaciones. Incluso se han resuelto temas
quizás menores, pero ineficientes: antes muchas veces los médicos
olvidaban poner en la ficha qué tipo de antibióticos se iban a
necesitar. Ahora no puede cerrarse la reserva sin esa información”,
explica Beljuskina. Terminada la intervención, los cirujanos se dirigen a
una sala de ordenadores donde completan el informe del paciente, que,
una vez recibida el alta, se encriptará y pasará a formar parte de su
historial médico. En adelante, podrá decidir que el dosier de su paso
por el North Estonia Medical Centre sea accesible para otros
especialistas que lo traten o, de lo contrario, blindarlo para que nadie
pueda verlo. En el sistema estonio, los ciudadanos son los únicos
propietarios de sus datos, y cuando, por ejemplo, un juez, un policía o
un funcionario de la red de transporte accede a ellos, esa consulta
queda registrada. Y si se considera injustificada, el ciudadano puede
presentar una denuncia: las intromisiones constituyen un delito.
“¿Por dónde empezamos?”. En 1991, cuando Estonia se independizó de la URSS, esa era la pregunta que acosaba a quienes lideraron la transición. No tenían ni Constitución, ni instituciones democráticas ni un sistema legal. Las infraestructuras estaban obsoletas y en malas condiciones, y el sistema bancario, a años luz del estándar occidental. Estaba casi todo por hacer. Y no disponían de grandes presupuestos para la reconstrucción: la crisis económica noqueó de inmediato al país, que pronto pasó de una relativa prosperidad bajo el paraguas soviético a un escenario de inflación disparada y PIB en declive. “En realidad, nosotros no quisimos crear un Estado digital. Era una cuestión de supervivencia. Enseguida nos dimos cuenta de que la Administración Pública y la burocracia gubernamental eran muy caras”, explica Linnar Viik, ingeniero y economista de 53 años, y uno de los artífices de la apuesta estonia por la tecnología. “Queríamos hacer las cosas a nuestra manera. Diferenciarnos de la etapa que estábamos cerrando. Esa fue una gran motivación para impulsar la digitalización. En Polonia fueron los sindicatos los que dirigieron el movimiento pos-soviético; en Checoslovaquia, intelectuales como Václav Havel, y en Estonia, una mezcla de músicos, poetas, escritores y científicos. Los ingenieros estuvieron muy cerca de la creación de leyes y de la Administración”.
Burlando las prohibiciones soviéticas, un año antes de la
independencia, la disidencia ya había empezado a construir un registro
de la población. El sistema era rudimentario y, al principio, no era
extraño encontrarse con números duplicados, pero ese fue el germen del
código que posteriormente identificaría a los ciudadanos de la República
de Estonia. Los primeros pasaportes de la nueva nación se emitieron en
1992, y cuando, una década después, llegó la hora de la renovación, el
Gobierno aprovechó para dar un paso más y entregó la tarjeta de
identidad con un chip electrónico para acceder a sus servicios en la
Red. Hoy el 99% de los trámites oficiales —un total de 1.789— pueden
realizarse en cualquier momento: el portal gubernamental está abierto
las 24 horas de los siete días de la semana. Solo las operaciones
inmobiliarias, casarse o divorciarse exigen su presencia física. Los
estonios tan solo necesitan una conexión a Internet para votar, renovar
su carnet de conducir, consultar las recetas médicas, presentar
reclamaciones por importes menores a 2.000 euros, hacer la declaración
de la renta, impugnar una multa de tráfico, cambiar la dirección de su
domicilio, registrar una empresa, firmar documentos, ver las notas de
sus hijos y comunicarse con los profesores, acceder a su historial
médico… Y sus gobernantes predican con el ejemplo: el papel desapareció
de las reuniones del Consejo de Ministros en el año 2000 y el primer
ministro estampa su firma digital en una pantalla para que las leyes
entren en vigor. Ventajas de disfrutar de e-Estonia, un
ecosistema eficiente, transparente y seguro que se ha convertido en un
ejemplo mundial. El 70% del PIB se nutre del sector servicios, y
aquellos relacionados con las tecnologías de la información y la
comunicación son los que más aportaron al crecimiento de la riqueza
nacional en 2016. Además, esta digitalización, presumen, les supone un
ahorro del 2% del PIB anual en salarios y gastos. Y no se cansan de
repetirlo: si ellos han construido una sociedad digital, cualquiera
puede hacerlo. Ese fue el mensaje que lanzaron durante su reciente
presidencia del Consejo de la Unión Europea. La innovación no puede ser
patrimonio exclusivo del sector privado, los Gobiernos no pueden
quedarse atrás, así que basta de excusas. No es una cuestión de dinero.
Tampoco de tamaño. Tan solo se necesita voluntad política.
El 27 de abril de 2007 Estonia retiró una estatua de bronce del
centro de Tallin. Erigida en 1947 para conmemorar a los soldados
soviéticos caídos en la Segunda Guerra Mundial, simbolizaba un pasado de
ocupación, así que se reubicó en un cementerio militar a pesar de las
advertencias rusas: el traslado, reiteraron, tendría consecuencias
“desastrosas”. Y así fue. Unos días más tarde, los estonios no pudieron
acceder a las webs del Gobierno, los principales periódicos, las
universidades o los bancos. El país era víctima de un ciberataque (y el
Kremlin negaría posteriormente toda implicación en el asunto). Linnar
Viik, que ahora asesora a Gobiernos en materia de transformación digital
desde la e-Governance Academy, recuerda una war room
con ingentes cantidades de agua, cítricos y café donde trabajaron, sin
tregua, funcionarios, profesores universitarios, estudiantes de
doctorado y empleados de compañías privadas. “¿Todas estas personas
tienen el visto bueno de seguridad?, nos preguntó el ministro de Defensa
al asomarse a la sala. ‘No, pero tienen la competencia digital
necesaria para solucionar el problema. Por favor, déjenos trabajar”. A
Viik se le dibuja una sonrisa. En ese preciso instante, dice, muchos
entendieron que el mundo había cambiado. El Gobierno salió airoso, todo
volvió a la normalidad y, desde entonces, Estonia se ha convertido en
una referencia en materia de ciberseguridad: en 2008 se inauguró en
Tallin el Centro de Excelencia de Cooperación en Ciberdefensa de la OTAN,
y el año pasado el país báltico anunció la creación de la primera
“embajada de datos” en Luxemburgo. Es decir, en caso de sufrir un nuevo
ataque, tendrán una copia de seguridad de todo su Estado a buen recaudo y
el país podrá seguir funcionando sin interrupción. Según Andre Krull,
CEO de Nortal, una
compañía que ha colaborado estrechamente con la Administración Pública
para desarrollar, por ejemplo, el censo o el sistema de recaudación de
impuestos, “esa crisis, y otras posteriores, nos han ayudado a madurar.
Hace una década abríamos cualquier enlace que nos enviaban por correo
electrónico, pero ahora todos entendemos que hay que tener una cierta
higiene cuando nos conectamos a la Red. Esta es la realidad de vivir en
una sociedad digital”.
Birgy Lorenz sacude la cabeza al recordar la derrota: el equipo estonio quedó quinto en las ciberolimpiadas que se celebraron en Málaga el pasado noviembre. No les falló la tecnología, sino la presentación. “Nos pasa siempre. Los estonios nos extendemos demasiado”. Ella no va a cometer el mismo error. Recorre a paso ligero los edificios del colegio público Pelgulinna en Tallin, donde es responsable de desarrollo de las tecnologías de la información (TIC) desde hace 17 años, y solo se detiene cuando le falta el aliento. “La cifra de alumnos, entre los 7 y los 18 años, es de 960 y somos un total de 65 profesores. Hay wifi en todas las instalaciones y, aunque sea hora de entrar en clase no oiréis el timbre, cada alumno debe ser responsable y llegar puntual. Enseñamos ciberseguridad, robótica y programación, tenemos un laboratorio de drones, utilizamos impresoras 3D y ahora estamos buscando financiación para las clases de realidad virtual y aumentada. Aquí no hacemos hincapié en las habilidades digitales porque ya forman parte de nuestra vida diaria y tampoco son lo más importante: nuestros pilares son las artes, el deporte y la tecnología”.
Todoterreno, además de su trabajo en este centro y de
dirigir el equipo de “futuros cibertalentos” estonios, Lorenz da clases
de seguridad digital en la Universidad de Tallin. “Mi misión consiste en
vigilar que ni profesores ni alumnos hacen un uso excesivo de la
tecnología. La llegada de las pantallas ha hecho que, como docentes,
debamos ser más creativos. Competimos con ellas, así que hay que darle
vueltas a la cabeza para despertar el interés de los chavales”. Por
ejemplo, en los suelos de los pasillos del Pelgulinna han pintado
rayuelas para que, entre clase y clase, los alumnos despeguen la nariz
del móvil y se animen a jugar.
El pueblo de Aegviidu está a 45 minutos en tren desde la estación central de Tallin. Abandonar la capital, donde se concentran 450.000 habitantes, supone sumirse, en cuestión de minutos, en un paisaje solitario: Estonia tiene la extensión de los Países Bajos, pero mientras en el territorio holandés habitan 17 millones de personas, en el de la centenaria república báltica tan solo 1,3 millones. En el breve trayecto que separa la estación de tren de la casa de su vecina Maris Joona, Erica Ader enumera los servicios de esta población de 715 habitantes: escuela, iglesia, tienda de ultramarinos, gasolinera, biblioteca… “Esta última es importante porque ayuda a muchos mayores a quienes los trámites online se les hace cuesta arriba”, explica. El 88% de los estonios navega por Internet a diario y el 87% de la población entre los 16 y los 74 años se conecta al portal gubernamental. La brecha digital está superada. Y en los planes de la presidenta, Kersti Kaljulaid —la primera mujer en ocupar el cargo y, a sus 46 años, también la más joven—, está también dejar atrás la que tradicionalmente ha separado al campo y la ciudad. En un par de décadas, creen, el trabajo en remoto permitirá que ya no haga falta mudarse a un centro urbano por motivos laborales. Y ese es un horizonte especialmente atractivo para los estonios. “Este lugar puede ser exasperantemente tranquilo. Pero esta es una forma de vida. Somos un pueblo al que nos gusta estar cerca de la naturaleza”. Traductora e intérprete —habla, además de estonio, ruso, inglés y finés—, Ader ahora está semirretirada, y tan solo da clases de idiomas por Skype. Joona, que trabaja en el departamento de marketing de la oficina de turismo de Tallin, está de baja de maternidad y su casa desprende un delicioso olor a bollos de canela. Ambas nacieron en esta localidad y solo se ausentaron para estudiar en la universidad. Tenían claro que la practicidad no era suficiente para echar raíces en la ciudad. Y ahora, con Internet siempre activo y el teletrabajo abriéndose paso, las incomodidades rurales son menos. “Quizás por eso cada vez más gente de mi generación decide volver a sus pueblos”, dice Joona.
La libertad geográfica es otro de los conceptos
revolucionarios que abandera Estonia. Si para muchos trabajos solo se
necesitará banda ancha, ¿por qué siquiera vivir en este país cubierto en
un 51% por bosque en lugar de en una cálida ciudad bañada por el mar
Mediterráneo? Pero este es un objetivo que reservan para un futuro más
lejano. En el inmediato, desgrana Siim Sikkut,
jefe de información del Gobierno estonio, “estamos centrados en
simplificar los trámites entre Administración y ciudadanos y
emprendedores. Ahora mismo la mayoría de esas interacciones se realizan online:
entras en la plataforma, rellenas unos datos y listo. Pero queremos
automatizar y agrupar esos procesos. Ser más predictivos. Por ejemplo,
si una empresa permite que nuestra agencia tributaria tenga acceso a su
contabilidad, nunca tendríamos que pedirle las declaraciones
correspondientes. Obtendríamos la información de la fuente original y un
trabajador no tendría que introducir los datos en nuestro sistema. O,
cuando nace un bebé, en lugar de que sus padres vayan a cinco sitios
distintos en nuestro portal, podríamos enviarles un correo diciéndoles:
‘¡Enhorabuena y muchas gracias por el nuevo ciudadano/a! Sabemos que ha
nacido tu bebé porque el hospital ha introducido su nombre en el
registro de población. Completemos los siguientes trámites’. Así lo
solucionaríamos en una sola tacada. A eso aspiramos ahora mismo, pero
requiere un gran cambio en la forma de funcionamiento de una
Administración”.
Estonia ocupa el cuarto lugar en el ranking de los países
menos habitados de Europa —le preceden Malta, Luxemburgo y Chipre—. Y su
población está en declive. Al menos, la física. Porque la digital no
para de crecer. “La idea surgió en 2014. Entonces lo entendimos como un
paso más en nuestro desarrollo tecnológico: ¿por qué limitar nuestros
servicios a nuestros ciudadanos? Nos propusimos ser una sociedad sin
fronteras y permitir a cualquier persona que fuera residente virtual de
nuestra nación”, relata el director de esta iniciativa estrella, Kaspar Korjus,
de 30 años, que recibe a las visitas ataviado con un elegante traje
gris, corbata y zapatillas de andar por casa. “Es una costumbre muy de
moda en las start-ups de aquí. Nosotros trabajamos para el Gobierno, pero también queremos ser cool”, bromea.
Cada semana se da de alta un mayor número de e-residents que niños nacen en los hospitales estonios. Ya superan los 30.000 y Estonia aspira a ser a los servicios digitales lo que Suiza es a los servicios bancarios. El documento de identidad digital trasnacional, que emite el Estado estonio al precio de 100 euros, no concede la nacionalidad, ni la residencia fiscal, ni permiso de entrada a Estonia o la Unión Europea. No es ni un visado ni un pasaporte. Es simplemente un instrumento creado para gestionar un negocio internacional de forma sencilla sin necesidad de pisar jamás Estonia. En estos momentos, los solicitantes proceden sobre todo de Turquía, Ucrania, el Reino Unido pos-Brexit, Japón y Corea del Sur. “Por ejemplo, el Gobierno surcoreano es un buen aliado porque entiende el valor de un programa como este que permite a sus ciudadanos exportar al mercado europeo y expandir su negocio. Además, Estonia es lo contrario a un paraíso fiscal: aquí todo es transparente porque toda operación deja un rastro digital”, precisa Korjus, que cierra los ojos para concentrarse en sus respuestas. Según Deloitte, en sus tres primeros años de existencia, la residencia electrónica ha reportado unos ingresos de 14,4 millones de euros para el erario estonio. “Facebook tiene 2.000 millones de usuarios en todo el mundo y nos parece normal. Pero ni siquiera nos planteamos que una nación pueda tener la mentalidad de una empresa y aspirar a esos números. Si Estonia puede atraer a miles de millones de usuarios, el impacto en su economía será enorme”.
Enclavado entre la costa y la ciudad vieja, Kalamaja fue el barrio de
pescadores de Tallin hasta finales del siglo XIX, cuando el ferrocarril
conectó la capital estonia con la vecina San Petersburgo. A partir de
entonces, se transformaría en una zona industrial y, con el tiempo, ese
terreno de casitas de madera —donde vivían los obreros— y fábricas
ofrecería el escenario perfecto para alojar el distrito hipster
de la ciudad. No falta un detalle: ni las galerías, ni las tiendas de
diseño y cosmética orgánica, ni los mercadillos de fin de semana, ni los
bares que sirven frías cervezas artesanales. Tampoco las start-ups.
En 2003 nació aquí Skype,
la compañía que revolucionó las llamadas gratuitas por Internet y que
en 2011 Microsoft compró por 8.500 millones de dólares. Los fundadores
son el sueco Niklas Zennström y el danés Janus Friis, pero el software
lo desarrollaron ingenieros estonios y la compañía todavía mantiene en
Tallin una de sus principales oficinas. Skype forma parte del orgullo
nacional. “Generó un gran cambio de mentalidad. Después de Skype, muchos
se animaron a estudiar carreras técnicas y lanzarse a emprender”,
relata Ragnar Sass. Él fundó en 2007 United Dogs and Cats, un facebook
para perros y gatos. La historia de su hundimiento salió en las
noticias. “Fue uno de los primeros fracasos públicos de un emprendedor”.
Después probó suerte con Pipedrive, una compañía que comercializa un software
de gestión de ventas para pequeñas y medianas empresas. A la segunda
triunfó. Y ahora, a sus 42 años, divide su tiempo entre aeropuertos y Lift99, un espacio de coworking que fundó en 2016. “Hay que crear tejido y ayudar a que haya más empresas de éxito. Europa del Este es muy distinta a Silicon Valley,
pero tenemos algo en común: un gran sistema educativo del que salen
profesionales técnicos muy preparados”. Mientras Sass se extiende sobre
el presente y futuro del ecosistema emprendedor estonio, a su lado,
dormita su perro Riki. De fondo, una martilleante banda sonora:
ya han empezado las obras para ampliar este espacio de grandes
ventanales y salas diseñadas para seducir a su cosmopolita comunidad. Y a
Instagram. Todas las fotogénicas estancias están bautizadas en honor a
personajes de fama internacional (y con esta premisa, los estonios
quedaban descartados: hagan el ejercicio, busquen un futbolista,
director de cine, empresario o celebridad oriundo del país báltico) con
alguna, por leve que sea, relación con el país: el periodista británico
Edward Lucas, que fue el primer residente virtual de Estonia; Ernest
Hemingway, que una vez dijo “ninguna dársena para yates está completa
sin, al menos, dos estonios”; Chaikovski, porque el compositor ruso tuvo
una casa de veraneo en Estonia, o Rodriguez, el cantante protagonista
del oscarizado documental Searching for Sugar Man, que en una
de sus canciones menciona a un arcángel estonio. A Obama, que confesó:
“Tendría que haber llamado a los estonios cuando montamos nuestra web
sanitaria”, le han reservado un pequeño cubículo destinado a hablar por
teléfono. “Ahora viajo por todos los continentes y muchas veces ya
directamente saludo diciendo ‘hola, soy del país de Skype”, relata Sass.
“Espero que, dentro de poco, también podamos decir que somos del país
de Taxify [un Uber local] o de cualquier otra empresa. Estonia está
encontrando su lugar en el mundo”.
“¿Por dónde empezamos?”. En 1991, cuando Estonia se independizó de la URSS, esa era la pregunta que acosaba a quienes lideraron la transición. No tenían ni Constitución, ni instituciones democráticas ni un sistema legal. Las infraestructuras estaban obsoletas y en malas condiciones, y el sistema bancario, a años luz del estándar occidental. Estaba casi todo por hacer. Y no disponían de grandes presupuestos para la reconstrucción: la crisis económica noqueó de inmediato al país, que pronto pasó de una relativa prosperidad bajo el paraguas soviético a un escenario de inflación disparada y PIB en declive. “En realidad, nosotros no quisimos crear un Estado digital. Era una cuestión de supervivencia. Enseguida nos dimos cuenta de que la Administración Pública y la burocracia gubernamental eran muy caras”, explica Linnar Viik, ingeniero y economista de 53 años, y uno de los artífices de la apuesta estonia por la tecnología. “Queríamos hacer las cosas a nuestra manera. Diferenciarnos de la etapa que estábamos cerrando. Esa fue una gran motivación para impulsar la digitalización. En Polonia fueron los sindicatos los que dirigieron el movimiento pos-soviético; en Checoslovaquia, intelectuales como Václav Havel, y en Estonia, una mezcla de músicos, poetas, escritores y científicos. Los ingenieros estuvieron muy cerca de la creación de leyes y de la Administración”.
En el sistema estonio, los ciudadanos son los
únicos propietarios de sus datos ‘online’. Consultarlos sin razón
constituye un delito
Birgy Lorenz sacude la cabeza al recordar la derrota: el equipo estonio quedó quinto en las ciberolimpiadas que se celebraron en Málaga el pasado noviembre. No les falló la tecnología, sino la presentación. “Nos pasa siempre. Los estonios nos extendemos demasiado”. Ella no va a cometer el mismo error. Recorre a paso ligero los edificios del colegio público Pelgulinna en Tallin, donde es responsable de desarrollo de las tecnologías de la información (TIC) desde hace 17 años, y solo se detiene cuando le falta el aliento. “La cifra de alumnos, entre los 7 y los 18 años, es de 960 y somos un total de 65 profesores. Hay wifi en todas las instalaciones y, aunque sea hora de entrar en clase no oiréis el timbre, cada alumno debe ser responsable y llegar puntual. Enseñamos ciberseguridad, robótica y programación, tenemos un laboratorio de drones, utilizamos impresoras 3D y ahora estamos buscando financiación para las clases de realidad virtual y aumentada. Aquí no hacemos hincapié en las habilidades digitales porque ya forman parte de nuestra vida diaria y tampoco son lo más importante: nuestros pilares son las artes, el deporte y la tecnología”.
Ser un estado plenamente digital supone un ahorro a Estonia del 2% de su PIB anual en salarios y gastos
El pueblo de Aegviidu está a 45 minutos en tren desde la estación central de Tallin. Abandonar la capital, donde se concentran 450.000 habitantes, supone sumirse, en cuestión de minutos, en un paisaje solitario: Estonia tiene la extensión de los Países Bajos, pero mientras en el territorio holandés habitan 17 millones de personas, en el de la centenaria república báltica tan solo 1,3 millones. En el breve trayecto que separa la estación de tren de la casa de su vecina Maris Joona, Erica Ader enumera los servicios de esta población de 715 habitantes: escuela, iglesia, tienda de ultramarinos, gasolinera, biblioteca… “Esta última es importante porque ayuda a muchos mayores a quienes los trámites online se les hace cuesta arriba”, explica. El 88% de los estonios navega por Internet a diario y el 87% de la población entre los 16 y los 74 años se conecta al portal gubernamental. La brecha digital está superada. Y en los planes de la presidenta, Kersti Kaljulaid —la primera mujer en ocupar el cargo y, a sus 46 años, también la más joven—, está también dejar atrás la que tradicionalmente ha separado al campo y la ciudad. En un par de décadas, creen, el trabajo en remoto permitirá que ya no haga falta mudarse a un centro urbano por motivos laborales. Y ese es un horizonte especialmente atractivo para los estonios. “Este lugar puede ser exasperantemente tranquilo. Pero esta es una forma de vida. Somos un pueblo al que nos gusta estar cerca de la naturaleza”. Traductora e intérprete —habla, además de estonio, ruso, inglés y finés—, Ader ahora está semirretirada, y tan solo da clases de idiomas por Skype. Joona, que trabaja en el departamento de marketing de la oficina de turismo de Tallin, está de baja de maternidad y su casa desprende un delicioso olor a bollos de canela. Ambas nacieron en esta localidad y solo se ausentaron para estudiar en la universidad. Tenían claro que la practicidad no era suficiente para echar raíces en la ciudad. Y ahora, con Internet siempre activo y el teletrabajo abriéndose paso, las incomodidades rurales son menos. “Quizás por eso cada vez más gente de mi generación decide volver a sus pueblos”, dice Joona.
La iniciativa estrella es la residencia virtual.
Estonia aspira a ser a los servicios digitales lo que suiza es a los
servicios bancarios
Cada semana se da de alta un mayor número de e-residents que niños nacen en los hospitales estonios. Ya superan los 30.000 y Estonia aspira a ser a los servicios digitales lo que Suiza es a los servicios bancarios. El documento de identidad digital trasnacional, que emite el Estado estonio al precio de 100 euros, no concede la nacionalidad, ni la residencia fiscal, ni permiso de entrada a Estonia o la Unión Europea. No es ni un visado ni un pasaporte. Es simplemente un instrumento creado para gestionar un negocio internacional de forma sencilla sin necesidad de pisar jamás Estonia. En estos momentos, los solicitantes proceden sobre todo de Turquía, Ucrania, el Reino Unido pos-Brexit, Japón y Corea del Sur. “Por ejemplo, el Gobierno surcoreano es un buen aliado porque entiende el valor de un programa como este que permite a sus ciudadanos exportar al mercado europeo y expandir su negocio. Además, Estonia es lo contrario a un paraíso fiscal: aquí todo es transparente porque toda operación deja un rastro digital”, precisa Korjus, que cierra los ojos para concentrarse en sus respuestas. Según Deloitte, en sus tres primeros años de existencia, la residencia electrónica ha reportado unos ingresos de 14,4 millones de euros para el erario estonio. “Facebook tiene 2.000 millones de usuarios en todo el mundo y nos parece normal. Pero ni siquiera nos planteamos que una nación pueda tener la mentalidad de una empresa y aspirar a esos números. Si Estonia puede atraer a miles de millones de usuarios, el impacto en su economía será enorme”.
“Europa del Este es muy distinta a Silicon Valley, pero tenemos algo en común: profesionales técnicos muy preparados”
FUENTE
1 ¿Qué motivó a Estonia a recorrer el camino de la conversión digital?
2 Explicá brevemente las 3 medidas que, según vos, resultaron más transformadoras para la sociedad Estonia.
3 Explicá los conceptos de e-residence y de libertad geográfica.
3 ¿Crees que la digitalización creciente de la sociedad estonia la convierte en más o en menos democrática? Justificá tu respuesta.